martes, 22 de enero de 2013

La vida, una tragicomedia con sabor agridulce.

Ver como el fuego se apaga. Ver como todo se consume y termina en cenizas. Ver como los días pasan y el mundo continua girando alrededor del Sol. Ver miradas y sonrisas, lágrimas y mentes en el olvido.

Andar por la calle y pensar, intentar buscar la belleza de aquel panorama distorsionado por nuestra propia mente.

No todo es bueno en este mundo, tampoco todo es malo, siempre hay un punto medio, un punto de discordia.

¿Y qué decir de semejante actitud? ¿Qué decir de todos esos pájaros que vuelan alto y en libertad? ¿Qué pensar sobre la vida misma? ¿Qué decir en cada momento?

Saber el dulce sabor del olvido, del frívolo tiempo que parece acelerarse, cada día más.

Pensar en nuestro papel en esta gran tragicomedia llamada vida. 
Puede no ser un gran papel o por el contrario, serlo. Puede ser que nuestro papel sea un protagonista, aunque si lo pensamos bien, nosotros somos los protagonistas de nuestras propias vidas. 

La vida adquiere un carácter posesivo cuando se refiere a nosotros. La vida es de nuestra propiedad. La vida.
Y como dijo Calderón de la Barca en su momento.

¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

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